lunes, 15 de agosto de 2016

EL ERMITAÑO



Cuando se es chico, se quiere ser grande y cuando se es grande, indefectiblemente es un niño.

La voluntad, que radica en el cerebro es una de las virtudes del hombre para ser y hacer cualquier pensamiento; viene desde el engendro, desde el momento en que dos células se juntan para dar paso a lo que somos.
El nacimiento es voluntario, inconsciente pero, voluntario al fin. Nacemos ya con una pisca de voluntad que va creciendo a lo largo de la vida como si fuera un germen que rompe la tierra para florecer y si ese germen se encuentra poco desarrollado, se induce el parto.
Al rato se abren los ojos para ver la luz y esa luz es parte del conocimiento nuestro, digo nuestro antes de nacer, porque los seres humanos sabemos que ya traemos un conocimiento preconcebido que puede explicarse probablemente de vidas pasadas.
Salimos de una caverna oscura y caliente para pasar al exterior, frio y luminoso; sabiendo que somos aprendices en la vida.
En los primeros años todos somos aprendices y no sabemos que lo somos o, lo sabemos inconscientemente; aprendemos de la luz y de los maestros que nos han concebido.
Llegados los 5 años aprendemos lo que es compañerismo cuando los maestros nos mandan a la escuela a aprender compañerismo, un compañerismo agradable a veces, desagradable a veces y es en ésta etapa donde se aprende a sociabilizar con otros pares.
Ser compañero es ser pues, aprendiz de otros compañeros mediante unos tutores que son los maestros de escuela en conjunto con los padres.
Los maestros y los padres perfeccionan su maestría con la experiencia de ser maestros y aprendices al mismo tiempo, el maestro que no hace esto carece completamente de voluntad para ser en los hijos lo que son los maestros entonces ahí, tenemos malos maestros, traidores a su vocación, a su evolución y a su nada misma.
Nunca se llega a la maestría completa en la vida de un ser mayor, por más voluntad que ponga y si le faltan luces para serlo, ésto agrava el problema de la enseñanza de un aprendiz y mucho más la de un compañero.
Para ser maestro, hace falta la voluntad y la luz que le da la experiencia, el maestro que se cree con luz, ya no la tiene porque le falta intensidad, le falta lumen y ese maestro cuando decrece en su voluntad, decrece en sus actitudes, se ve obligado a retirarse a unos cómodos aposentos que se llaman pereza.
Anotemos pues, que la voluntad es una virtud y ésta debe ser intachable para conseguir la perfectitud nunca alcanzada y la pereza es un vicio siempre en la mano, cercada por la luz que se lleva dentro y la luz universal.
Los maestros de la vida, aprovechando la luz y solidarizándose con su voluntad van camino a la perfección, un maestro jamás debe ser amigo y compinche de sus aprendices o hijos porque se pierde toda enseñanza con la confianza que agrega la amistad con el aprendiz y compañero.
El maestro debe ser tutor y nunca amigo porque, el amigo traiciona cuando llega la hora y el maestro no puede traicionar porque cuando lo hace, se traiciona a sí mismo. Ese es el maestro que te da un beso en la mejilla que no siente en su corazón y eso se llama traición.
Los niños y adolecentes son aprendices y compañeros tutoreados por el maestro y el maestro tutor se siente solo, abandonado y perdido cuando no consigue más luz de la que tiene porque un buen maestro se hace luminoso para conseguir más luz de la que tiene porque le hace falta para seguir cumpliendo el fin que se le ha impuesto.
Hace al maestro, el aprendiz y el compañero que lleva dentro de sí y cuando un maestro no se conoce a sí mismo, se transforma en un simple solitario, en un ermitaño que va caminando con un lumen, buscando más lumen para su obra interior; el aprendiz y el compañero, alimentan de cualquier modo la maestría para que él se haga luz y se aproxime a la perfección.
¿Para qué un maestro quiere llegar a su perfección?
Para conocerse a sí mismo, para dejar algo que se llama maestría a un aprendiz/compañero y es lo que yo llamo, para dejar huella en ellos y en la tierra que nos alberga.
Y se acerca a la perfección cuidando a la madre que alguna vez nos albergó y esa madre que es la tierra, la primera que nos dio luz, sino se cuida, muere.
Por eso digo que el maestro es solitario, autodidacta que busca conocimientos hasta llegar al nadir de la cosa a enseñar.
Gracias a su voluntad, el maestro es incansable en la búsqueda de la verdad y tomando de la mano a los hijos aprendices y compañeros que lo ayudan.
Siempre habrá un ojo observando, es el ojo del Gran Arquitecto Universal que también cuida sus conocimientos para que ninguno toque, ni siquiera con su palabra el verdadero conocimiento que no merece y, si lo merece el Gran sabio evaluará la voluntad, en detrimento de la pereza para que ese maestro perdido y solitario aumente su lumen.
El amigo no existe en la faz de la tierra, el amigo de uno es uno mismo, mediante el conocimiento de uno mismo y eso se debe transmitir hacia abajo para la auto conservación de la especie y de la madre tierra que nos alberga.

JOSÉ LUIS SENLLE.

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